domingo, 13 de mayo de 2012

El guardián de la puerta del infierno


Los griegos situaban en las puertas del Hades ―el reino de los muertos― a un perro de tres cabezas de nombre Cerbero. Su función consistía en impedir la entrada a los vivos y no permitir la salida de los difuntos. El mitológico can ha servido de imagen a los porteros de fútbol ―guardametas, guardavallas, arqueros, en el rico acervo de nuestro universal idioma―.
Los grandes equipos deben tener un cancerbero ―con tres cabezas― en su puerta. Una es la de la promesa, un joven con buenas condiciones, humildad y capacidad de trabajo. Otra debe ser la del consagrado que pone difícil las cosas al titular y que, además de la posibilidad de jugar en cualquier momento, tiene asegurados, si está en forma, todos los minutos en la Copa. La gran cabeza es sobre la que descansa la seguridad de la portería en la Liga y en la Champions.
El esquema es lógico y sencillo, pero el Madrid tiene un perro con una sola cabeza: de testa grande ―el melón le llaman―, magnífica, intimidatoria…pero una.
Íker está entre los mejores porteros del mundo pero…se puede lesionar, puede tener problemas que deriven en baja forma, puede, sobre todo, sentirse demasiado seguro en su olimpo ―él es el can Cerbero, no Zeus―. Además, Casillas tiene puntos débiles: extraordinario bajo los palos y excelente en el uno contra uno, es débil por alto. ¡Qué le vamos a hacer! Ningún jugador es perfecto.
Si la política del club pasa por no incomodar al portero titular se comete un grave error. Por cada puesto debe haber en la plantilla, por lo menos, dos jugadores que puedan ocuparlo con garantías.
La competencia, que convirtió a un gato en un león ―¡y no hace tanto de eso!―, ¿no habrá de mejorar el rendimiento del gran guardián de la puerta de nuestro infierno? Apliquemos la regla a todos.


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